De un tiempo hacia aquí, ha habido un incremento de aquello que llamamos ansiedad, ¿Pero qué es exactamente la ansiedad? ¿Cómo podemos saber si tenemos ansiedad? ¿Un puntual ataque de ansiedad nos convierte en seres ansiosos? Todas estas preguntas y más, nos las responde el psicólogo Toni Mateo, formado en terapia cognitivo – conductual y especializado en ansiedad.
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Cómo decía, de un tiempo hacia aquí se ha vuelto muy frecuente oír la palabra ansiedad. ¿Diría que es el mal por excelencia de nuestra época?
Los estudios indican que cada vez más personas en este país sufren ansiedad. Lo demuestra también el hecho de que los trastornos de ansiedad son una de las búsquedas más habituales en internet en los últimos años. Los estudiantes y la población en edad de trabajar, especialmente aquellos que buscan su primer trabajo, son los grupos poblaciones en donde la ansiedad está más extendida, sobre todo en el caso de las mujeres. El exceso de carga laboral y la falta de tiempo libre y de descanso hacen que se entre en una dinámica que puede desencadenar este tipo de problemas. Si a estos dos factores se le añade el cuidado y la crianza de los hijos, es muy probable que se acabe cayendo en un trastorno de ansiedad.
En referencia a la época que vivimos, el uso de las nuevas tecnologías también se está convirtiendo en un factor determinante que favorece la aparición de la ansiedad. Estas tecnologías fomentan que el trabajador siempre esté accesible y pueda seguir recibiendo llamadas y correos electrónicos fuera del horario laboral. La capacidad para desconectar de los compromisos y obligaciones laborales al terminar la jornada es un recurso fundamental para protegerse de la ansiedad hoy en día.
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Pero, ¿Qué es exactamente la ansiedad? ¿A qué se refiere un profesional al utilizar este término?
La ansiedad es un mecanismo natural que nos ha permitido sobrevivir como especie durante miles y miles de años. Es un conjunto de sensaciones y reacciones que nos ponen en alerta, que nos indican que algo malo puede ocurrir y que hay que hacer algo al respecto. Por lo tanto, es un mecanismo de protección que nos avisa de algún peligro que va en contra de nuestros intereses, nuestros objetivos o simplemente de nuestro bienestar.
El problema aparece cuando ese mecanismo sufre algún tipo de desajuste y esa ansiedad se nos vuelve en contra. Adopta una forma y una expresión autodestructiva, dañina y perjudicial para las propias necesidades básicas. Aquello que nos debía proteger se convierte en un peligro. Es entonces cuando hablamos de un trastorno de ansiedad.
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¿Por qué alguien acaba por sufrir ansiedad? ¿Qué lo provoca?
Actualmente es bastante sencillo padecer ansiedad. El ritmo de vida que llevamos es una fuente constante de estrés, y el estrés es precursor de la ansiedad. A ello hay que sumarle la poca información a nivel educacional que hay sobre el ámbito emocional en general, así como el desconocimiento en particular sobre cómo funciona la ansiedad. Esto hace que muchas personas hayan desarrollado una forma de entender la vida que facilita la aparición de la ansiedad. Lo peor de todo es que no son del todo conscientes de lo que les está pasando y consideran normal padecer este tipo de sufrimiento, cronificando el problema.
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¿Hay diferentes tipos de ansiedad?
Como he comentado más arriba, existe aquella ansiedad sana que te permite afrontar una dificultad o un reto en tu vida, y manejar situaciones complejas de forma adecuada. Es la inquietud, el temor justificado o la alerta que sentimos cuando, por ejemplo, tenemos que hacer una entrega de un trabajo. O cuando hemos de atravesar una carretera transitada en la que simplemente hay un paso de cebra. Es proporcional en tiempo, duración e intensidad.
Por otro lado, tenemos aquella ansiedad perjudicial que provoca el efecto contrario. Es la sensación de pérdida de control que lleva a afrontar de una manera desastrosa ese tipo de situaciones. Además, suele estar desencadenada por miedos irracionales y por pensamientos poco realistas sobre cosas que no están pasando y que, probablemente, no ocurrirán. Se presenta de una forma totalmente desproporcionada, interfiriendo en el funcionamiento cotidiano y persiste más allá de los estímulos que la han provocado.
Esta ansiedad negativa es lo que llamamos un trastorno de ansiedad y adopta diferentes formas:
- Ansiedad generalizada, conformada por preocupaciones recurrentes y poco realistas, acompañadas por síntomas muy intensos de ansiedad;
- Ataques de pánico, con una aparición repentina en forma de episodios intensos de miedo y sensación de pérdida de control;
- Fobias, relacionadas con estímulos concretos o situaciones determinadas que se viven con pánico;
- Trastorno obsesivo-compulsivo, caracterizado por pensamientos intrusivos y de difícil control, acompañados de una fuerte angustia que la persona intenta neutralizar desarrollando conductas compulsivas y repetitivas;
- Estrés postraumático, como consecuencia de una experiencia traumática, en la que se ha padecido un fuerte daño físico o psicológico que, debido a su gravedad, se convierte en un tema constantemente presente en la vida de quien lo ha sufrido.
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¿De qué formas se manifiesta la ansiedad? ¿Puede tener distintas caras?
La ansiedad patológica afecta a cualquier aspecto de nuestra vida. Es decir, se puede manifestar tanto en el ámbito físico, como en el conductual y psicológico.
A nivel físico, los síntomas más comunes son la sudoración, mareos, temblores, tensión muscular, dolor de cabeza, hormigueo, palpitaciones, taquicardia, dificultad para respirar, náuseas, problemas intestinales, o dificultades para dormir.
A nivel psicológico y de comportamiento, se puede destacar las preocupaciones continuas, sensación de agobio, miedo a perder el control, a estar volviéndose loco, a morir, dificultades de concentración, inquietud, irritabilidad, inhibición, evitación de situaciones o lugares, obsesiones y rituales compulsivos.
No tienen porqué darse todos a la vez. Pueden aparecer de forma aislada o en conjunto de síntomas. Pueden ser habitualmente los mismos síntomas o ir variando. En cualquier caso, tendrán una intensidad considerable y se acompañarán de una sensación desagradable de temor, miedo o pánico.
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¿De qué forma se trata la ansiedad?
La psicología cognitivo-conductual propone tratar la ansiedad desmontando las creencias irracionales que la sostienen. Hay datos objetivos que son totalmente incuestionables, y que, sobre el papel, pueden fácilmente tumbar cualquier temor irracional. Ejemplo de ello es el miedo a volar. Hay quien tiene serias dificultades para coger un avión por temor a que se estrelle u ocurra alguna desgracia. En cambio, las estadísticas indican que volar en avión es el medio de transporte más seguro, con un accidente grave cada 2 millones de vuelos. En comparación, viajar por carretera, o incluso cruzar la calle, es muchísimo más peligroso.
Sería fantástico que, simplemente teniendo la información adecuada, la ansiedad disminuyera y desapareciera. La realidad es algo más compleja. La ansiedad se defiende y hace que caigamos en trampas. Selecciona y falsea información para presentarnos escenarios que refuerzan esos temores irracionales. Además, los síntomas que acompañan a esos miedos se presentan de forma muy intensa y exagerada, totalmente desproporcionados, y nos incitan a creerlos. También el propio desconocimiento sobre cómo funciona la ansiedad juega de su parte, creando un estado de confusión que no deja que procesemos de forma apropiada la información que tenemos delante. Finalmente, la estructura de la sociedad que hemos creado, así como muchos de los mensajes que transmite y nos vende, no ayudan a mantener la ansiedad en sus límites adecuados.
Gestionar la ansiedad para que no se convierta en un problema está directamente relacionado con la capacidad de cada uno para desarrollar pensamiento crítico. Dudar de los propios pensamientos, ponerlos a prueba y que pasen algún tipo de “filtro de calidad” es algo que debe trabajarse cada día. Lo mismo se debe hacer con las múltiples influencias externas que pretenden condicionar nuestra opinión, valores y preferencias. La capacidad de análisis, la interpretación adecuada de la realidad, el razonamiento lógico, el llegar a conclusiones y ser capaz de ponerlas a prueba son las bases para descartar esos temores irracionales. Ello debe ir acompañado de una serie de recursos y autocuidados, como son una vida social satisfactoria, tiempo de ocio y descanso, comunicación emocional interpersonal, hábitos saludables, y todo aquello que hace que nuestras cargas, responsabilidades y exigencias del día a día, así como la aparición de hechos totalmente inesperados, no acaben convirtiéndonos en un amasijo de ansiedad insana.
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¿Cree que la alimentación y el ejercicio físico también tienen un papel clave en el tratamiento de la ansiedad?
La ansiedad puede alterar nuestro día a día de forma grave. Esto quiere decir que puede interferir en nuestros hábitos y rutinas. La alimentación es uno de los ámbitos que fácilmente puede verse perjudicado. Un estado de ansiedad puede conllevar la desatención de la dieta y arrastrarnos a tomar opciones que, aparte de no beneficiarnos, seguramente fomentarán y mantendrán ese estado de ansiedad. Puede ocurrir que se salten comidas, o por el contrario, se caiga en la falsa necesidad de ingerir alimentos ultraprocesados, con una alta cantidad de azúcares refinados y calorías vacías.
Pautas alimentarias básicas a seguir para ayudar a mantener la ansiedad a raya son:
- Proteína en el desayuno, con la idea de mantener los índices glucémicos adecuados;
- Hidratos de carbono complejos, ya que hay estudios que indican que favorecen el aumento de serotonina en el cerebro. Ejemplos de ello son la avena, la quinoa y los cereales integrales;
- Hidratación adecuada;
- Reducción y evitación del alcohol y las bebidas estimulantes;
- Fruta, verduras frescas, frutos secos, y alimentos ricos en omega-3 y magnesio.
En cuando al ejercicio, es fundamental para regular el estrés y la ansiedad. Mantener un nivel de activación adecuado y practicar ejercicio de forma asidua hace que nuestro organismo libere endorfinas, se reduzcan los niveles de cortisol y aumenten los niveles de serotonina. A nivel psicológico, el ponerse objetivos y alcanzarlos refuerza la autoestima, mejorando el estado de ánimo. El ejercicio físico es un recurso sencillo y barato para despejar la mente, desconectar y renovarse.
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Finalmente, ¿es usted partidario de complementar el tratamiento con complementos alimenticios que ayuden a rebajar el nivel de activación?
Toda ayuda es buena a la hora de combatir la ansiedad y los complementos alimenticios pueden convertirse en un gran aliado.
Por un lado están aquellos complementos orientados a regular la parte más física de la ansiedad. Son esos productos que poseen propiedades calmantes y tranquilizadoras, derivados de concentrados de, por ejemplo, valeriana, pasiflora o amapola de California. También son interesantes aquellos complementos que aporten melatonina y magnesio, que poseen propiedades relajantes.
Por otro lado, estarían aquellos complementos que facilitan la función cognitiva. Entre estos destacan los que aportan ácidos grasos omega-3 y antioxidantes, como el NADH y la coenzima Q10.
En cualquier caso, hay que dejar claro que los complementos alimenticios son aliados, y que una intervención adecuada de un trastorno de ansiedad requiere de un profesional de la psicología que trate, oriente y supervise ese proceso.